Diario de Valderrueda
Regalo de Navidad
martes, 19 de marzo de 2024, 10:09
OPINIÓN - NAVIDAD

Regalo de Navidad

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Regalo de Navidad... Por Marina Díez Fernández.


Regalos de navidad


Quedaban tres o cuatro días para Navidad.


Los niños ya estaban de vacaciones y verles correteando cuando iba al pueblo no hacía más que intensificar esa sensación de soledad que, traicionera, me sorprendía de vez en cuando.


Seguía viviendo en aquella casa, tan distante de todo, a la que solo se accedía por un camino sin asfaltar de algo más de dos kilómetros. Bueno, se accedía casi siempre, porque el barro y la nieve la dejaban incomunicada varias veces al año.


El caso es que ese invierno, nunca he sabido por qué, la nostalgia se me había acercado más de la  cuenta. Sentía algo parecido a la soledad, un poco de tristeza y una pizca de (demasiada) autocompasión.


Quizá por eso tomé un par de decisiones atípicas en mí:

La primera fue activar el sonido del teléfono, que siempre tengo en silencio, con la esperanza de que alguna llamada inoportuna o un mensaje a destiempo interrumpieran mi ostracismo.


La segunda fue comprarme un regalo de navidad. Entré en una página de decoración, carísima, a la que siempre echaba un vistazo. Seleccioné esa fuente de porcelana, con antiguas imágenes navideñas que solía descartar porque me parecía un tanto kitsch y ñoña pero que, secretamente, me encantaba. Pagué y me dispuse a esperar pacientemente los dos días que faltaban para la entrega rápida.


El sábado era Nochebuena. Por la mañana, al salir de la ducha, vi que tenía tres llamadas perdidas de un número que no conocía.


- Será el repartidor.


Y devolví la llamada. A la primera me descolgó pero se cortó unos segundos después. No oí gran cosa. A la segunda hablé con él.


- ¿Aida?

- Sí, sí, soy yo - me impacientaba - ¿Traes un paquete? Ahora te indico cómo llegar a mi cas…

- Sí…bueno…no…yo… creo que he encontrado bien el camino, pero dudo que pueda llegar. He resbalado con el barro y me he caído de la moto. No sé si podré levantarme.


No podía dejarle así, tirado en el barro bajo la lluvia, hasta que el coche del centro médico pudiera aparecer por ahí. Me puse las botas y el abrigo que utilizaba para trabajar en el huerto, me calé la capucha y salí a su encuentro. Tardé un cuarto de hora, a buen paso, en llegar hasta él. Estaba cubierto de barro, despeinado y dolorido.


Aún así, sus ojos color miel eran preciosos y brillaban y se podían intuir los hombros rectos bajo ese cuello tan… ¡Nooooo! Llevaba mucho tiempo soltera y estaba algo melancólica, solo era eso. Me obligué a desentenderme de su atractivo al ayudarle.


Arbol de navidad (2)


- A esto le llaman celebrar la Nochebuena por todo lo alto, ¿verdad? - me sonrió con esfuerzo.


Yo me reí, me presenté innecesariamente y él me dijo su nombre.


- ¿Podrás levantarte si te ayudo?

- Vamos a intentarlo.


Con dificultad se apoyó en mi hombro y se irguió. Era bastante alto y, como había sospechado, sus hombros y su torso eran dignos de un modelo. Bajé un poco la mirada y… ¡Maldita sea! ¡Me estaba volviendo a ocurrir! ¿Qué demonios pasaba conmigo para estar mirando con lujuria adolescente a un pobre chaval herido que trabajaba en Nochebuena? Resoplé y él me miró extrañado.


- ¿Te habrás roto algo?

- No creo, me parece que solo es el golpe.


Poco a poco fuimos caminando hasta casa. En la puerta dudé un momento. Era un desconocido y que entrara representaba un riesgo. Por otro lado, estaba herido y sucio y había venido ese día solo para traerme mi regalo. Le ofrecí agua, café y una ducha. Lo aceptó todo. Preparé gel y toallas limpias.


-¿Podrás entrar tú solo en la bañera?

-Ya veremos.


Salí mientras se desvestía y puse la cafetera. Me llamó al poco rato y se apoyó en mí para meterse bajo el agua caliente. Se quitó la toalla que, prudente, llevaba alrededor de la cintura y… Madredelamorhermoso… No supe a dónde mirar.


- Gracias - me dijo muy bajito y tiró un poco de mi mano.


Me besó sin prisa mientras el agua arrastraba los restos de su barro y de mi decoro.


- ¡Mierda! - interrumpió de repente - ¡Tu pedido! Salió disparado. Si era algo frágil, se habrá roto.    

-No era nada importante, solo un regalo de Navidad - susurré pasando una mano por su cabeza empapada. Me olvidé por completo del pedido, de la fuente de porcelana y de los dibujos navideños. Me olvidé varias veces. Un montón de rato.


Me desperté, estaba en la cama, tenía un poco de frío y él ya se había ido. Me di cuenta de que lo prefería así. A fin de cuentas no nos conocíamos de nada y no me apetecía romper la magia que habíamos creado con conversaciones de compromiso.


Había una nota en la cocina.

Aida, eres lo mejor que me ha pasado en muchas navidades. Gracias por todo. Siento lo de tu regalo.

Y un corazón.


Sonriendo, me arrebujé en la bata mullida y limpia y me calenté un café. La noche iba a ser fría, porque estaba rasa y el cielo se veía tan lleno de estrellas que parecía un atlas. Sonreí aún más. No echaba de menos mi fuente de porcelana. Desde luego, había tenido un estupendo regalo de Navidad.  


Fuente: Marina Díez Fernández

Fotografía: Marina Díez Fernández


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