Día de la madre, mucho más que un día...
"Día de la madre, mucho más que un día". Por Marina Díez.
Os escribe una mujer que además de hija es madre y está harta de escuchar que el día de su celebración es algo comercial. Capitalista lo haremos nosotros. Ojo, que me encantan los regalos, pero el mayor presente es poder escuchar dicho título de la voz de mi pequeña, María.
Historiadora no soy, pero creo que el consumismo actual que respalda esa teoría en el Antiguo Egipto no existía cuando rendían tributo a Isis “gran diosa madre”, o en la Grecia de Rea, o en la Roma de Cibeles, o en la Freya nórdica. Ensalzar la figura femenina, esa que nos da la vida, es tan antiguo como la propia existencia. Cierto es que en cada sapiencia el día elegido es diferente, en muchos casos coincide en el mes de mayo, pues es cuando la cultura cristiana rinde tributo a la virgen María. Aquí lo importante no es el cuando se celebra, sino el porqué. Es el reconocimiento a nuestras madres por su amor, sus desvelos, esa entrega sin límites que solo una mamá puede dar. Ellas, que nos dieron la vida a consta de jugarse la suya. Admitamos de una vez que lo único bonito de dar a luz es la recompensa de poder ver a ese pequeño ser que llega al mundo de nuestras entrañas, porque el resto es más bien doloroso y agotador (en el mejor de los casos).
Los celtas tenían un nudo que representaba la maternidad como ese lazo que abraza y une eternamente a una madre y su retoño. Pero la cultura que más me fascina en este sentido de honra a la mujer y a la madre es la nórdica, quizá porque era una de las pocas en las que realmente se perfilaba algún atisbo de igualdad. Existía una fiesta llamada “Modraniht”, que se podría traducir como “La noche de las madres”, en la que tres mujeres visitaban los hogares de los niños. Incluso he leído que en las casas se las dejaban bandejas de comida para agradecer los obsequios que ellas traían. ¿No os suena? Parece la Noche de Reyes, pero no, porque era el 24 de diciembre, lo que nosotros conocemos como Nochebuena.
¿Igual nos lleva a acordarnos de La Vieja del Monte? Puede. El caso es que en esa noche se celebraba un culto dedicado a unas deidades femeninas que otorgaban dones, que velaban por el bien del clan familiar, que cuidaban de la cosecha, de la casa, del ganado o de una región, o que velaban por el sano crecimiento de un niño y que eran invocadas en las frías noches invernales cercanas al solsticio para obtener consejo y protección.
Perdonad, que me alargo, y lo único que quería transmitiros es que más celebración y menos protestar, que para tener un regalo no hace falta gastarse dinero, que veo mientras estoy haciéndome la loca como que no me entero a mi hija preparándome sorpresas con sus manitas y que posiblemente acabe enmarcándolas en una pared porque tendrán más belleza para mí que si fuera un cuadro de Velázquez, porque en ellas hay cariño e ilusión y eso, eso no debiéramos perderlo nunca. Que unas flores, un libro, una colonia o un pijama están muy bien. Que una vez al año no hace daño y se agradece incluso. Pero que lo importante de la celebración es justamente eso, el disfrutarnos los unos a los otros. Os dejo, que tengo que irme a la cocina a preparar una buena tarta con mi niña, que mañana es mi cumpleaños y estoy de doble celebración. Pero antes me gustaría compartir con vosotros un poema que escribí hace tiempo, espero que os guste. ¡Feliz día de la madre! (A todas las madres y a todos sus retoños, que la conmemoración es objeto de todos; porque tenemos la suerte de disfrutarnos o de habernos tenido al menos).
Escape room
Imagino sus paredes rojas
con hilos de color ahuesado.
Un habitáculo en principio pequeño
y mágico
que se va adecuando a las necesidades del huésped
sin que la anfitriona sea consciente
de los pequeños cambios
hasta que se hacen visibles con el paso del tiempo.
Lo que era un pequeño espacio
se transforma en una gran morada
pero llega el día en que el invitado ya maduro
está preparado para comerse el mundo
y conocer su nuevo hogar
lejos de esa habitación extraordinaria y segura.
Ha superado esos aproximados nueve meses
de escape room
descifrado el código secreto
que la naturaleza le ha pautado
y se libera.
El bebé ha nacido,
y ese vientre que le ha acogido durante su gestación
queda de nuevo vacío
y a la espera de, quién sabe cuándo
o si volverá a ocurrir,
recibir un nuevo invitado
para amoldarse a él y sus necesidades.
La mejor habitación del mundo,
el vientre de una madre.
Fuente: Marina Díez
Fotografía: Marina Díez