Diario de Valderrueda
Una mariposa que revolotea por El Rabizo...por Marina Díez
martes, 19 de marzo de 2024, 07:22
CULTURA - PROVINCIA DE LEÓN

Una mariposa que revolotea por El Rabizo...por Marina Díez

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Una mariposa que revolotea por El Rabizo por Marina Díez.

Nuestra historia cultural y semanal llega de nuevo los domingos con la escritora de Sopeña de Curueño.


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Últimamente, intento desconectar después de las largas jornadas de trabajo en la editorial y pasear por zonas desconocidas, por aquello de abrir bien la mirada bárbara del poeta. He aprendido, con el paso del tiempo, a apreciar lo cotidiano como mágico, pero necesitaba salir de cualquier zona de confort y me vi con el coche dirección al Rabizo. ¿Sabíais que continúa estando la carretera vieja justo al lado de la actual? Abandoné mi coche a la entrada del parque y me perdí entre los pinos. Es un lugar con una carga importante.


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Siempre había oído historias acerca de las voces que se escuchan por la noche o de las nieblas repentinas. Iba «acojonada», os lo prometo. Andando en dirección a la Robla encontré un montón de piñas por el suelo, muchos pinos pequeños creciendo en lugares poco estratégicos. Se notaba el abandono de la mano del hombre y el paso natural de la vida. En las orillas de la carretera comprobé que estaba mejor conservada de lo que me esperaba, quizá por su poco tránsito, pero está mejor que muchas de las carreteras que usamos convencionalmente los que acudimos a nuestros pueblos de montaña: pocos baches, casi sin grietas. Para los que me entendéis, si pasáis por allí con el coche no podéis jugar a hacer un rodeo de cowboy mientras la transitáis, porque dudo que bote el chasis. A lo que iba, en los márgenes crecían unas flores moradas y amarillas, y había piñas que parecían colocadas a propósito porque estaban de pie; como si un ritual mágico guiara mi descenso por ella.


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No escuché voces ni gritos, quizá algún susurro de aire entre las ramas y muchos pajarillos, eso sí. Se notaba que estaba turbando la tranquilidad de la zona y se avisaban los unos a los otros de mi paso. Cuando me quise dar cuenta, había llegado a la carretera nueva y decidí dar media vuelta. Mi mente estaba tranquila, el pulso también y la pesada carga de mis hombros ni se percibía. Pequé de adicta a la tecnología y, de vez en cuando, intentaba guardar a golpe de clic en mi móvil el recuerdo de lo que estaban disfrutando mis retinas.


Justo después de una sonrisa, y con el teléfono de nuevo en el bolsillo, escuché pisadas como de crack de ramas en el suelo y me sobresalté. Me asusté muchísimo. No deja de ser una zona montañosa y yo estaba allí sola y recordando a mi abuelo con voz en off: «Marina, ¿dónde está tu cacha». Salir al monte sin un palo es de tontos, sí; no solo para apoyarnos sino porque nunca sabes qué te puede salir por el camino. Y allí estaba yo, que parecía que no había aprendido todo lo que se me enseñó como una urbanita en medio de la nada, aunque a diez minutos en coche de la ciudad. Alcé la vista y me encontré de vuelta con una mirada asustada. Creo que ambas estábamos en igualdad de condiciones. Era una cierva joven. De las miradas de miedo –se nos notaba bien en la cara–, pasamos a las de extrañeza y luego a las de observación.


Finalmente, decidimos que no éramos peligrosas la una para la otra y continuamos cada una nuestro camino. De aquel instante no tengo foto, pero lo grabé bien en mi memoria.

Podría titular este relato como la cierva y la mariposa que se hicieron amigas en el Rabizo, pero no intimamos tanto. Eso sí, me ayudó a darme cuenta de que no voy mal en mi camino, que debo seguir conservando esa inocencia y no pisar a nadie en este tránsito que es mi vida.


De modo que os escribe una mariposa tranquila, serena; que puede oír entre sombras y escuchar palabras no dichas. Mi corazón e intenciones seguirán abiertos a los demás con gentileza porque solo así sanarán las heridas, y de mi alma a la que le gusta vivir nuevas aventuras os hablaré otro día. ¡Anda que, si me he equivocado de animal y, en vez de proclamarme mariposita –conste que el apodo me fue impuesto–, mi tótem es una cierva!


Fuente: Marina Díez

Fotografía: Marina Díez


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