Un canto de jilguero

Un canto de jilguero...Por Noemí Suárez Blanco.

Podría decir que todo empezó con el frotar de las cuerdas de su rabel (uno de ellos). Sin duda mentiría, omitiría esa esencia que hace al Jilguerín de Casares ser EL JILGUERÍN.

Entró como uno más, como si fuera cualquier encuentro de amigos. En el fondo así es siempre. Un chascarrillo para denotar lo que va a pasar después y, quizás si le acompaña, una mención a Montse (su 'Señora'). Y es que, para todos los que no conocéis aún a Mario González, minero jubilado y natural de ese maravilloso valle de Casares, en la comarca tradicional de la Abadía de Arbas..., todo estando él es 'otro cantar'.

El momento comienza con su peculiar recibimiento. Nos habla de cómo empezó él todo esto de la tradición allá en su Casares natal, cómo de guaje escuchaba a esos mayores que desprendían tradición oral. Nos narra peripecias y aventuras y cómo los tiempos del progreso lo lanzaron (como a tantos) a meterse bajo tierra y a cubrirse del negro del carbón. Y para concluir esa introducción tan resumida nos cuenta cómo se introdujo con eso de los rabeles, como fue conociendo y fabricándolos hasta llegar a ahora, a cuando aporrea y frota cuerdas mientras canta y hace honor a ese mote que le pusieron.

Y así empezó todo. El rabel suena y el silencio se hace. El público allí presente no quita ojo, mueve los pies, tararea... Las emociones y los recuerdos surgen en la sala y nos acercan unos tiempos y unas gentes pasadas. Coplas, romances, otras tierras se unen bajo las cuerdas y suenan las últimas melodías de este evento con 'El carretero de La Robla' para que todos juntos acabemos, como se hacía antaño, unidos en nuestra tradición oral.

¡Lo importante que es escuchar! Y lo mal que se nos da.

Nos pasamos la vida aguardando mientras oímos (que no escuchando) hasta conseguir poder hablar para intentar hacernos oír. Eso que pasaba cuando nuestros mayores hablaban, y no solo tenía que ver con el respeto y sí más con la sabiduría que transmitían solo al abrir la boca, ya no ocurre. Ahora prima la ley del que más grite y se haga oír. Egoísmo para muchos aunque yo lo veo más como la pérdida ese 'súperpoder' de nuestro pasado. En cierto modo no es culpa nuestra, así es el mundo hoy. Señalamos calendarios y cuadramos horarios. Planificamos los días y sentarse a escuchar es algo que detiene todo. Nuestra forma de vida actual no lo admite ni lo contempla. Por eso, si acaso, lo oímos por encima para contar que lo hemos hecho y a otra cosa. Una señal más a marcar en esa lista que controla nuestra vida.

Ellos antes nacían con un tiempo que sabían era corto en cuanto a vida y largo y duro en cuanto a LA vida. Por eso se juntaban, hablaban, bailaban, cantaban, tocaban, ...formaban a los de después. Incluso haciendo LA vida de esa corta vida. No había nada más importante que lo que se tenía, que en pertenencias era poco pero en sabiduría era todo un tesoro.

Ese tesoro solo necesitaba de un sentido que estuviera centrado al cien por cien y no tuviera miedo de la pausa y el tiempo detenido. Solo necesitaba que no le interrumpieran. Y por ello ese gran tesoro se encuentra hoy perdido en gran parte. Quién sabe si en valles, arroyos o laderas. Quién sabe si esperando al momento adecuado y los tiempos más lentos. Los que no se planean y que no vienen con prisas por seguir viviendo.

Cabe destacar, en mi forma de comenzar estas letras, que la inquietud del Jilguerín por saber, conocer y no olvidar le ha llevado a darle a más cacharros, como por ejemplo la zanfona. Un instrumento que se remonta por lo menos al siglo X, a la música medieval. Pasando por trovadores y juglares y creando esos versos que transmitían la historia.

¿Veis la importancia de todo esto? Así se han formado nuestros días con la naturalidad y predisposición de las gentes como Mario. Como tantos hubo, hay y habrá. Esas personas que se niegan a olvidar y no renuncian al presente (ni al futuro).