El no quiero aunque puedo pero no dejo
El no quiero aunque puedo pero no dejo...Por Noemí Suárez Blanco.
De hace unos años para acá hemos vivido en las zonas rurales (y en la montaña) una transformación que no va acorde a nosotros. Me explico mejor: el mundo avanza y lo hace para todos, tanto las generaciones venideras como las ya vigentes. El mundo cambia y con él los problemas e incertidumbres que viven ciertas zonas como es el caso del mundo rural con la despoblación y ya la de sobra conocida y mencionada hasta la saciedad sin soluciones de la 'España Vaciada' (así, en mayúsculas como nos ponen en noticias y reportajes de actualidad para ganar la ansiada audiencia). La problemática de 'no hay juventud' que también resuena con fuerzas al inicio de los noticieros y que se muestra como una catástrofe sin precedentes que traerán el fin del mundo cuanto menos. La misma realidad de sobra reconocida que rechina fuerte al chocar con la oportunidad.
El mundo cambia. A nosotros nos llega lo que llega. Lo poco que llega en la mayoría de los casos lo despreciamos. ¿Por qué? Porque vivimos del pasado. De la pena y lo que fue. Y no se concibe que llegue algo bueno. Que venga de la mano de gente joven y que traiga esperanza. Que luche por la oportunidad.
Y es que en mi empeño, como en el de tanta gente joven, gente con ideas de futuro, de dar visibilidad a las maravillas que tenemos (esas que somos y nos han formado, esas gracias a las que estamos) me enfrento de continuo a un gran, inmenso, gigantesco, inquebrantable... muro terco y rudo. Un muro que a menudo se escuda en esos argumentos de "es que la gente mayor es así, así lo vivió y no los sacas de esas", "¡para quién vamos a hacer si ya no hay nadie!", "¿arreglar/restaurar/visibilizar...? ¡qué sabréis vosotros los jóvenes de aquella vida, que venís y creéis que lo sabéis todo!" que no son más que puras excusas para seguir viviendo en un pasado que nos negamos a afrontar pase lo que pase y le pese a quien le pese. (Un despropósito querer saber y no olvidar).
Aquella vida de vecindad y hacenderas se han transformado en un "si pago impuestos ni me molesto". Una perla oída y escuchada de continuo por todos los que intentamos mantener y cuidar un poco todo lo que forma parte de la vida de nuestro pueblo. Y es aquí donde de verdad se siente una tremenda pena, pues los jóvenes a conveniencia somos demonios, fantasmas o simplemente no existimos. Cuando luchamos a ojos del mundo y la sociedad no estamos y cuando conviene señalar somos demasiados.
Aún recuerdo de mi niñez, a la salida de misa, al presidente de la junta vecinal hablarle al corro de vecinos en aquel pórtico. Lloviera, calentara el sol que rajara las piedras o hiciera un frío del carajo. No recuerdo palabra, solo la acción y siento tremenda pena cuando a la hora de actuar no hay ninguna reacción. Limpiar presas, abrir caminos, limpiar pilones, ... "¡yo pago impuestos!". La acción de "¡No no, si yo no lo voy a hacer (pero no lo hagas tú que me ofende)".
Si esto no es un avance del mundo que a nosotros nos atrase... Si esto no es una transformación del mundo y la sociedad que a nosotros nos ha dejado en la estacada ... Entonces tiene otros adjetivos más descalificativos. ¿En qué momento es una ofensa que venga gente que quiera mantener su pueblo (a pesar de que pocos queden)? ¿En qué momento un hogar se ha llegado a ver como una carga para mantener con impuestos? ¿En qué momento nos hemos transformado en la sociedad del no quiero hacer aunque puedo pero tampoco te dejo a ti que hagas porque no?.
Pese a quien le pese, aunque parezcamos pocos ... somos incansables. Nos lleve meses o años.
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