Diario de Valderrueda
Juan Rodríguez Castaño: cien años de vida, trabajo y dignidad
lunes, 14 de julio de 2025, 12:31
SOCIEDAD - MONTAÑA LEONESA

Juan Rodríguez Castaño: cien años de vida, trabajo y dignidad

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Juan Rodríguez Castaño: cien años de vida, trabajo y dignidad.

Celebró ayer su centenario en Acebedo y estuvo arropado por toda su familia y por los vecinos de su pueblo. Es el primer varón de la localidad en alcanzar tan longeva edad.
 

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Juan Rodríguez Castaño, el nuevo centenario de la Montaña Oriental Leonesa, vino al mundo en Acebedo el 11 de julio de 1925, año en que se produjo en España el fin del Directorio Militar y Miguel Primo de Rivera ascendió a la dictadura. En Italia no les iba mucho mejor y Benito Mussolini se autoproclamó dictador; mientras, en Londres, se transmitían las primeras imágenes de televisión. 

 

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Y, como no podía ser de otra manera, el histórico pueblo de Acebedo, en pleno corazón del Parque Regional de la Montaña de Riaño y Mampodre, celebró por todo lo alto un acontecimiento único en toda su historia: el centenario de uno de sus vecinos más queridos y apreciados, Juan Rodríguez Castaño. A sus cien años cumplidos, Juan ha hecho historia en su pueblo natal: se ha convertido, por derecho propio, en el primer varón del pueblo en alcanzar tan longeva edad, un hito que, hasta ahora, solo habían conseguido cuatro mujeres: Elvira Castaño, Josefa Álvarez, Piedad Álvarez y Benigna Conde, esta última aún vive y agota su tiempo en una residencia de Palencia.

 

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Juan nació en una época marcada por la dureza de la vida rural. Fue el tercero de ocho hijos del matrimonio formado por Matías y Fonsa, conocidos en el pueblo con el apelativo cariñoso de tío Matías y tía Fonsa. Desde muy pequeño, Juan supo lo que era el trabajo duro. En un entorno de economía de supervivencia, comenzó a colaborar en las labores agrícolas y ganaderas desde su más tierna infancia, como se tenía por costumbre en todos los pueblos de la montaña.

 

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A los 14 años, recién salido de la escuela, su padre le encomendó el cuidado del rebaño de las ovejas del pueblo por un año. Fue su primer empleo remunerado, por el que recibió mil pesetas, una cifra que entonces le debió de parecer una fortuna. Años después, el servicio militar le llevó a África, a Melilla, con incidente incluido. Durante la travesía se desató una gran tormenta y el barco en el que viajaba, hubo de ser desviado a las Islas Chafarinas. En Melilla pasó tres años cumpliendo con sus obligaciones militares, como era habitual en aquel periodo de posguerra.

 

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A su regreso, y por jubilación de tío Marcos, que estaba de “lucero”, asumió una nueva responsabilidad en el pueblo: el mantenimiento de la pequeña “fábrica de la luz”, un generador eléctrico que funcionaba con un salto del agua del arroyo de Erendia. La luz “se fabricaba” en una pequeña caseta situada en el paraje de Cargoso, y la labor de Juan consistía fundamentalmente en mantener el artilugio encendido, procurando que no se atascara con las hojas del retén. Cobraba un sueldo de 100 pesetas al mes (60 céntimos hoy), y debía dormir en la caseta de la instalación. “Allí estuve no se cuántos años, yendo en “barajones”, durmiendo allá y teniendo muchos problemas”, comenta Juan. Sin embargo, recién casado con Etelvina Díez, alguna que otra noche decidió pasarla junto a su mujer, como es normal, lo que le valió alguna que otra llamada al orden por parte de las autoridades. Por aquel entonces, adquirió para su esposa una máquina de hacer punto que costó 17000 pesetas, un verdadero capital para la época, que le prestó íntegras Eulogio Castaño, sin intereses, y que Juan fue devolviendo peseta a peseta. Con el trabajo de lucero y lo que ganaba su esposa haciendo punto, fueron saliendo adelante los primeros años. Nunca se olvidará de la acción de Eulogio a quien está eternamente agradecido.

 

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No veía Juan un futuro claro en Acebedo y emigró a Gijón en busca de nuevas oportunidades. Con una experiencia limitada, pero con una gran determinación, se lanzó al mundo de la construcción.

 

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Había levantado una casa en su pueblo natal, donde vivió sus primeros años de casado, y ese aprendizaje autodidacta le permitió desempeñarse como albañil y carpintero. Encontró trabajo en la empresa de construcción Ángel Rodríguez, una de las más importantes del sector. Y ahí agotó la mayor parte de su vida laboral, excepto un paso fugaz por Alemania.  Trabajó en obras de envergadura, como las conocidas casas de las Mil Quinientas, en el barrio de Pumarín, y en muchos de los enormes edificios construidos hoy en Gijón. Su compromiso y profesionalidad pronto le valieron el ascenso a encargado de obra, cargo que mantuvo hasta su jubilación.

 

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De su matrimonio con Etelvina Díez nacieron tres hijos: Juan José, María Elena y María Jesús. Con esfuerzo y dedicación, sacaron adelante su hogar y lograron construir una vida digna, con mucho trabajo y siempre con la honradez por bandera.

 

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Ya jubilado, Juan no se desentendió de su pueblo. Muy al contrario, se implicó activamente en la vida comunitaria. Fue presidente de la Junta Vecinal y encabezó iniciativas muy destacadas como la restauración de la capilla de la Virgen de la Puente en 1991, valiéndose de su gran conocimiento de la construcción. En la restauración de la capilla tuvo a sus órdenes a todos aquellos vecinos del pueblo que quisieron colaborar. Las obras fueron inauguradas en 1992 con una gran fiesta y misa solemne oficiando el más ilustre vecino de la villa, el padre Tomás Álvarez, Premio Nacional de las Letras en 2006.  Otra obra que recuerda con agrado es el cierre del Prao del Toro.

 

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Con motivo de su centenario, el Excmo. Ayuntamiento de Acebedo le rindió un homenaje, haciéndole entrega de una placa conmemorativa y una copia de su partida de nacimiento en papel pergamino. Estuvieron presentes Santiago Lario, teniente de alcalde, y las concejalas Marta García y María Luisa Fernández, excusando su presencia el alcalde Isidoro Díez. Juan estuvo arropado por toda su familia más íntima, sus hijos, Juan José Y María Jesús, dos de sus tres nietos, Mónica y Juan Luis, y su biznieta Elena, la niña de sus ojos. Su esposa Etelvina hace años que ya no está, ni tampoco su hija Elena. Sus vecinos, agradecidos y admirados, se volcaron en la celebración, que tuvo lugar en su propia casa. Juan, hombre generoso y agradecido, les correspondió emocionado con una invitación a un generoso vino español, que supo a tradición y aportó sana convivencia. Todo transcurrió en un ambiente festivo, propio de las grandes ocasiones. Y esta lo era; y resultó, además, muy entrañable. 

 

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Se celebró también una misa por el alma de sus seres queridos que ya no están y el párroco le entregó una copia de su partida de bautismo. El presidente de la Junta Vecinal, Jesús Gómez, le cumplimentó con una copia de la torre de la iglesia a modo de homenaje y agradecimiento. También la Asociación Cultural y Deportiva “Virgen de la Puente” estuvo presente y Carmen Vicente le entregó algunos obsequios que el nuevo centenario agradeció visiblemente emocionado.

 

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La numerosa asistencia de los vecinos del pueblo a la invitación de Juan en su casa habla por sí sola: Acebedo respeta, quiere y valora profundamente a Juan Rodríguez Castaño, ejemplo de vida sencilla, laboriosa y honesta. Un hombre que, con cien años cumplidos, representa la memoria viva de su pueblo.
 

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Fuente: Enrique Martínez Pérez

Fotografía: Enrique Martínez Pérez

 

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