Diario de Valderrueda
Senderos abiertos entre la nieve
martes, 19 de marzo de 2024, 06:27
OPINIÓN - TRADICIONES

Senderos abiertos entre la nieve

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Senderos abiertos entre la nieve.

San Antonio en Nocedo de Curueño...Por Ana Belen López Fernández.


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Hacía un rato que Don Benito había pasado el puente y mi abuelo seguía afeitándose con la tranquilidad minuciosa y estudiada de siempre. Los días de Misa colocaba su deteriorada y añeja caja de afeitado en el alféizar de la ventana. Con la rodilla hincada en la colchoneta y, después de impregnar la brocha en el jabón y distribuirlo por la cara, deslizaba la cuchilla metálica que por su aspecto y por su peso bien podía ser utilizada como arma blanca.


    - ¡Tino! Ya tocaron la primera. ¿Ni siquiera vas a llegar puntual el día de San Antonio? ¡Qué hombre, por Dios!


Él ni se inmutaba. Estaba claro que iba a repetir ritual: hacer acto de presencia con el “Señor, ten piedad”, santiguarse el último, y colocarse a la entrada del templo, delante de la estrecha escalera, que aún hoy da acceso al coro, como si quisiera custodiarnos a todos. La particularidad de ese día era la preparación de su botellina de orujo tendente a impregnar los bollos benditos de San Antonio con un buen chorro del líquido transparente, y así mejorar la receta a cambio de unas perras que se destinarían a los gastos de la parroquia.


Mi abuela, después de colgarse la cadena de la Virgen del Carmen, y una vez calzados los zapatos de los domingos, se puso las madreñas, me agarró fuerte la mano mientras cogía a mi hermana en brazos, y como pudo, siguió el sendero abierto entre la nieve hacia la heladora Iglesia, que en esa fecha acogía más feligreses que de costumbre.  Ningún vecino se quería perder la posterior subasta.  Los hombres en el coro, las mujeres y niños en los astillados y carcomidos bancos que ya comenzaban a percibir ausencias.


En mi pueblo, el Señor cura no bendecía animal alguno, y no es que no hubiera, sino que no servían al propósito único de brindar compañía al dueño como mascota. Bendecía los alimentos que los vecinos habían colocado en el último banco de la Iglesia para ofrecerlos al Santo, quedando de manifiesto que las matanzas habían terminado con éxito y que procedía aligerar los varales. Patas y orejas de cerdo, chorizos, morcillas, así como alimentos producto de nuestras tierras como lentejas y garbanzos se hacinaban en el banco. Tampoco faltaban los postres caseros, cocinados lentamente en cocina de leña e incluso un pollo nervioso que hacía mover la cesta provocando las risas de los niños en plena homilía.  Sobre el suelo de tabla, el saco de papel marrón atestado de bollos de pan que había traído Carmina, la panadera. Nosotras impacientes, deseábamos que acabara la letanía y comenzara la función.


Una vez benditas las viandas, el más titiritero del pueblo se investía de poder de subastador y el resto jaleaba sus ocurrencias. Aumentaban las risas y la algarabía en proporción inversa a la merma de orujo en la botellina de mi abuelo.


Después de la emocionante puja al alza, la aprobación del remate se hace efectiva a favor del mejor postor con la consabida copla:

     “ Mil pesetas a la una, mil pesetas a las dos y mil pesetas a las……..tres.”

     “ ¡El pollo inquieto, que buen provecho le haga a…!”

     “¡Las roscas de Ángeles, que buen provecho le hagan a…!”

     “¡Las patas de cerdo, que buen provecho le hagan a …!”


Los bienes se adjudicaban definitivamente con la entrega de su posesión, previo pago de su importe destinado a sufragar los gastos de la lglesia. Aplausos y vítores de los asistentes indican la conclusión de la fiesta, sin perjuicio de la cena posterior en la que inevitablemente se comentaba la jugada.


Casi cuarenta años después, a pesar de los continuos mensajes derrotistas, la saturación hasta la saciedad de la horrible expresión “España vaciada”, la inactividad de los políticos, la vida telemática, y dos palmos de nieve, en mi pueblo, de apenas 20 vecinos con aumento de feligreses de fin de semana, celebramos la festividad de San Antonio, costumbre centenaria interrumpida por un año de pandemia. Sí, sí, digo bien: un año, ya que el pasado 2.022 celebramos San Antonio sin acudir a la Iglesia. Recibimos en nuestra casa un curioso atado con una rodea, que en principio nos pareció cuanto menos extraño. Una tarjeta anexa identificaba el remitente: Presidente de la Junta Vecinal de Nocedo de Curueño. Detallazo. Al abrirlo, hallamos unos cuantos bollos benditos que nos impedían desconectar de la tradición, mantuvieron nuestra ilusión de reunirnos al año siguiente y nos hicieron recordar senderos abiertos entre la nieve.


“Que buen provecho le haga a ……“


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