La soledad que llena

La soledad que llena.

De un tiempo a esta parte me encuentro en conversaciones con muchas personas que me dicen que no saben estar solos. Que cuando no encuentran a alguien que les acompañe en sus diversas salidas, por ejemplo, no saben qué hacer. Y para remediarlo se quedan en casa, pero siempre con alguna de esas distracciones que tienen estos tiempos que no permiten un minuto de silencio para nuestro cerebro.

En contra de esto, estas personas también comentan con asiduidad, en esas charlas de cafés, que necesitan un cambio. Días de descanso o vacaciones. Algo que les desconecte porque no lo consiguen en ningún momento (ni tampoco lo buscan).

Hay momentos de la vida en la que nos planteamos que estaríamos muy bien en ciertos lugares lejanos y durante largos períodos de tiempo. Todos lo hemos dicho y hecho alguna vez.

La sociedad globalizada en la que vivimos a penas nos deja tiempo para estar solos (completamente solos). Por lo que no es extraño que necesitemos las desconexiones de vez en cuando.

Por lo general nos enseñan que la soledad es algo malo. En las películas nos lo muestran como algo triste. Un hombre que vive en las montañas, un auténtico ermitaño sin familia que no le cae bien a nadie. O alguien que está así por algo malo, una situación que se ha buscado

Pero pocas veces nos cuentan que también existe la soledad buena, porque es sencilla y complicada a la vez. Hay que saber estar con uno mismo (por esto digo que es complicada) y no todo el mundo puede hacerlo. Cada vez menos. Y esto es lo que consigue este mundo de la globalización, conexiones y tecnología.

Pero quedamos quién disfrutamos mucho de la soledad. Los que la buscamos siempre que podemos y la aprovechamos al máximo. Y sobre todo la entendemos.

La soledad del alma, la de la mente o la de los lugares. En éstos a veces nos topamos con ella de la forma que menos esperamos o incluso la vamos buscando y puede que sea la mejor de todas. Donde, por un momento, olvidas el mundo y te centras en ese instante. Es una soledad buena. Es la que repara.

Os aseguro que resulta muy productiva y recomiendo profesarla de vez en cuando. En estos tiempos que nos toca vivir es necesaria. Como el respirar y el comer.

La trata muy bien Julio Llamazares en sus novelas. Y es que la soledad es algo que forma parte de nuestra vida. Normalmente se confunde con tristeza o abandono (entre otros adjetivos) y se la rehúye como si fuera una maldición. También hay de esa, aunque no es toda ella.

Es necesario saber tratarla y dosificarla. La soledad no marchita si es en su justa medida. La dosis perfecta para cada persona. La proporción para cada lugar y los paisajes que se forman en nuestra retina de forma distinta gracias a ella.

La soledad, amigos, es una forma de escape. Es poesía y puede apartar la monotonía. En nuestra mano está moldearla como queremos. Dejar que actúe. O seguimos crucificándola como se nos ha transmitido...o la aprovechamos para hacer que nuestros días tengan un poco más de sentido.

A mí, desde luego, me salva la vida. Soledad, pueblo y Montaña Leonesa. No hay combinación más perfecta.

Fuente: Noemí Suárez Blanco

Fotografía: Noemí Suárez Blanco