El Pozo Curavacas, un lugar impregnado de leyendas
El Pozo Curavacas, un lugar impregnado de leyendas.
Un halo de misterio y peligro envuelven este lago glaciar, situado a 1.840 metros bajo una de las cumbres más emblemáticas de la Montaña Palentina.
El Pozo Curavacas es un lago de origen glaciar que alcanza unos 130 metros de ancho, 120 metros de largo y 13 de profundidad. Situado a 1.840 metros de altitud, bajo una de las cumbres más emblemáticas de la Montaña Palentina, es un lugar impregnado de leyendas y envuelto en un halo de misterio y peligro desde tiempos inmemoriales.
Entre las fábulas más arraigadas y antiguas destaca, por un lado, la que atribuye al pozo la formación de nubes tormentosas, y por otro, aquella ya descrita en el Diccionario Geográfico de Pascual Madoz entre 1845 y 1850, en la que se afirma que sus aguas braman cuando el mar Cantábrico se enfurece porque un brazo de aguas profundas del pozo va a unirse misteriosamente con el océano.
Sin embargo, la que mayor temor ha ocasionado entre las gentes de la zona es la que asegura que no sobrevive quien viola sus aguas, y que quien cae en el pozo no vuelve a aparecer. Una leyenda extensible a los animales, porque se decía que la vaca que se acercase a beber de sus aguas sería engullida hacia las profundidades, sin hallarse resto alguno después.
Además, existen otras dos historias que se han transmitido de generación y generación, hasta el punto que una se considera el origen de una festividad en uno de los pueblos cercanos al Pozo Curavacas.
La primera de ellas es la protagonizada por dos amantes, un moro y una cristiana que se escaparon juntos y se encaminaron hacia Liébana para llegar al mar. Al pasar por el puerto de Ríofrío vieron a lo lejos una nube blanca que sobresalía entre las peñas del Curavacas. Una vez que llegaron allí, cuando la cristiana intentó mirarse en las aguas del lago resbaló y cayó al pozo diciendo ¡Virgen de Viarce, sálvame!
Su amada ya no volvió a aparecer y el moro comenzó a penar y a caminar por los puertos haciendo penitencia. Así, sintiéndose morir, llegó a Cardaño, donde comenzó a clamar por el bautismo. Entonces, la Virgen se le apareció y en una cueva donde nacía una fuente bajó del cielo un ángel y le hizo cristiano. Desde entonces se dice que las aguas del Pozón curan el mal de corazón.
Por su parte, la segunda es la del famoso carretero de la vecina localidad leonesa de Llánaves, al que sorprendió una gran nevada que casi sepultó la yunta, el cargamento y a su pequeño hijo que le acompañaba. El hombre se vio obligado a dejar al niño resguardado y marchar en busca de ayuda al pueblo vecino, Cardaño, pero con la tormenta se extravió y después de mucho subir y caminar terminó junto al Pozo, del que salían unos brutales bramidos.
Antes de que el carretero pudiera escapar, las aguas se revolvieron furiosas y en el centro se abrió un abismo. De repente apareció la cabeza de una serpiente que silbando y dando coletazos se hundió cuando el hombre, aterrorizado, se encomendó a San Lorenzo, al que le prometió diez libras de cera si le libraba de aquel mal.
La sorpresa fue que, cuando por fin llegó a Cardaño, encontró a su hijo sano, San Lorenzo lo había llevado allí milagrosamente y le dijo: “Di a los de Llánaves que, de ahora para siempre, han de dar a los de Cardaño diez libras de cera para que se libren de todos males que puedan causarles el alma en pena del Pozo Curavacas. Desde ahora para siempre”.
A la leyenda se le puede dar mayor o menor crédito, pero la ofrenda se cumple anualmente. Es más, se dice que tan solo un año no hubo ofrenda, y entonces todas las mozas del pueblo padecieron bocio y hubo peste mortífera en el ganado. De esta forma, cuando Cardaño de Arriba celebra la fiesta de San Lorenzo, los vecinos de Llánaves acuden en romería hasta la localidad de la Montaña Palentina para ofrecer al Santo las diez libras de cera.
Fuente: Diario de Valderrueda
Fotografía: Montaña Palentina Turismo Vivo; Turismo Montaña Palentina
