El pasado minero nunca olvidado de Prado de la Guzpeña

El pasado minero nunca olvidado de Prado de la Guzpeña.

En el municipio de la Montaña Leonesa llegaron a trabajar en la extracción de hulla hasta 800 personas, en un gran complejo industrial en parte impulsado por el 'tren Hullero'.

Aunque las explotaciones mineras cerraron en 1979, Prado de la Guzpeña conserva grabado en sus tierras un esplendoroso pasado muy vinculado a la minería del carbón y, especialmente, también al ferrocarril. En el Alto Cea llegaron a trabajar extrayendo hulla hasta 800 personas, parte de ellos en un gran complejo industrial impulsado por el 'tren Hullero'.

Los comienzos en esta labor industrial se remontan a finales del siglo XVIII, aunque entonces se desarrollaron a muy pequeña escala. No sería hasta 1865 cuando Prado de la Guzpeña y todo el municipio experimentaría un gran crecimiento gracias a la perforación de dos pozos verticales, pioneros en la provincia de León y también en el país.

Sin embargo, la crisis de 1866 puso fin a estos grandes proyectos puestos en marcha por la Sociedad de Crédito Mobiliario de España, y a lo largo de todo el siglo XIX la minería en este municipio de la Montaña Oriental Leonesa continuaría dando tropiezos, hasta la llegada del 'Tren Hullero', que atraviesa Prado, Cerezal y La Llama de la Guzpeña.  

 
En 1896 estas minas de la cuenca de Valderrueda quedaron en manos de la sociedad Minas de Castilla la Vieja, que en 1902 se fusionó con Minas de Jaén, dando lugar a una nueva compañía, Minas de Castilla la Vieja y Jaén. Esta, después acumular grandes deudas traspasó en 1905 sus derechos a Marcelino Balbuena y Benigno Arce. 

Tras el parón motivado por la Primera Guerra Mundial, los trabajos en las explotaciones se reanudaron en 1918 y finalmente, dos años más tarde, el municipio arrancaría su etapa de máximo desarrollo con la creación de Minas de Prado de la Guzpeña y la puesta en marcha de un gran complejo industrial. 

Posteriormente, en 1942, se formó una nueva empresa: Hulleras de Prado de la Guzpeña, que continuó con la expansión de las minas. Con ella se inició la extracción de carbón de la mina La Prometida mediante un plano inclinado y se modernizaron las explotaciones. 

 

 

Poco después, se levantaron 24 hornos de 2,5 toneladas en los que se fabricó hasta 1947 una media de 2.300 toneladas anuales de coque, más denso y con mayor tiempo de combustión, lo que lo hacía ideal para los hornos de fundición de hierro. Una de sus tres chimeneas, de 36 metros, todavía sigue en pie hoy en día, recordando un pasado de esplendor. 

 

Fruto de estas mejoras, entre 1947 y 1960 la producción media ascendió a 8.500 tonelada y Hulleras de Prado se convirtió en la única compañía de la cuenca de Valderrueda que contaba con instalaciones de beneficio. El destino principal de sus carbones fue la fabricación de coque, que absorbió el 76% de sus suministros en 1950, y el 52% en 1960.
 

 

Por desgracia, la evolución dejó de ser positiva y en 1960 su producción había caído un 41% con respecto a 1947, aunque su plantilla de 148 trabajadores se mantenía como la segunda más numerosa de la cuenca, por detrás de Antracitas de Besande. La producción de coque finalizaría en 1964, y a partir de 1967 se compaginó la extracción de interior con la de cielo abierto.

 

La antigua barriada, hoy en día en estado ruinoso, que se ubicada junto a las instalaciones constituye la prueba de que una parte de los trabajadores de Hulleras de Prado, como en Sabero o Ciñera-Matallana, se instalaron en la zona, y la vivienda se convirtió en un problema que hubo que resolver para dar cobijo a la inmigración que aseguraba la mano de obra. 

 

La minería de interior cesó en 1971 y en 1979 se cerraron todas las instalaciones, haciéndose cargo de ellas la Sociedad Castellano Leonesa de Minas, aunque sin que haya vuelto a existir actividad alguna. A pesar de ello, la huella minera sigue presente en el paisaje de Prado de la Guzpeña, así como en la memoria de los que un día conocieron unos pueblos mucho más prósperos.  

 

 

Fuente: Diario de Valderrueda

Fotografía: J.M. Sanchís