Antonino Muñiz, un hombre hecho de otra pasta

Antonino Muñiz, un hombre hecho de otra pasta.

Todo aquel que se cruza con él se lleva una anécdota y una lección de vida. Así es el único vecino de Casasuertes, junto a su hijo, a sus 93 años.

Antonino Muñiz está hecho de otra pasta. A sus 93 años es, junto a su hijo, el único vecino de Casasuertes, una de las localidades más aisladas y especiales de la Montaña Oriental Leonesa.

A pesar de su carácter temperamental, podría decirse que todo aquel que se cruza con él se lleva una anécdota y una lección de vida. ¡Qué se lo digan a Jesús Calleja!, que tras visitarle hace años a él y a su mujer Angelina, fallecida hace algo más de dos años, no pudo por menos que regresar y 'hacerle volar' para Desafío Extremo.

Experto en refranes, y una de las pocas personas que ha tenido al imponente oso pardo a tan solo un paso de la ventana de su casa, alimentándose de sus colmenas. No ha contado en toda su vida con coche y mucho menos con carnet de conducir, ¡ni falta que le ha hecho!, porque entre los ocho incomparables valles de Casasuertes está todo su mundo.

Nació el 3 de mayo 1930 en Cuénabres, otro de los pueblos del municipio de Burón, en pleno Parque Regional Montaña de Riaño y Mampodre. Ha sido y es ganadero 'de raza', y pasó muchos inviernos en Extremadura, "se bajaba a Palencia o hasta El Burgo Ranero y se cargaban las vacas en los trenes", apunta Antonino. 

Con 33 años se casó con Angelina, seis años menor que él y natural de Casasuertes, por lo que se trasladó a esta localidad que ha sido desde entonces su hogar, a pesar de los duros y solitarios inviernos a más de 1.200 metros de altitud. 

Aunque como él mismo relata, "entonces no había lo que hay ahora, había más compañerismo entre la gente del pueblo, si necesitabas ayuda, te ayudaban. Nos dedicábamos a echar de comer al ganado por qué otra cosa no se podía, caía un metro de nieve".

Terminaron siendo los únicos vecinos de Casasuertes, aunque recibían la visita de sus cuatro hijos, José, Merche, Laura, y Juli. "La gente se conoce que se fue a las capitales y allá quedamos los retorcidos", cuenta entre risas.

Pero, como a todos, la vida también le ha dado golpes. Uno de los que más le ha marcado es el accidente que sufrió cazando junto a José, en el que tras un resbalón ambos cayeron por una ladera, con la mala suerte de que su hijo se golpeó tan fuerte contra un haya que padece una importante lesión de columna. 

Son infinitas las conversaciones, anécdotas y "broncas" que Javier Fernández, de Betula Ingeniería, ha mantenido con él al pie de la lumbre, tomando un café de puchero aderezado por Angelina con un trozo de madera o carbón quemado, "yo nunca lo había visto, pero el café sabía aún más rico" destaca. 

Para Javier Fernández es un gran amigo, "Antonino me ha enseñado muchos lugares en Casasuertes que ahora puedo disfrutar, es un lugar donde puedes realizar excursiones de 15 kilómetros en la más absoluta soledad, solo con los ríos, los arroyos, y las montañas".

Un hombre de raza, como pocos quedan en la Montaña Leonesa, que una de las pocas veces que ha estado estado enfermo cogió el alta del hospital de León, y ya lo encontraron preparado para coger el autobús de vuelta a Riaño. Como en Casasuertes, en ningún sitio.

Y aunque "son muchos años" y ya le tira "el pantalón para atrás" porque "los años no pasan en balde", Antonino dice que va "aguantando", que hay que pasear porque "si se queda uno a la buena vida después no se mueve", y que mientras pueda seguirá en Casasuertes.

Fuente: Diario de Valderrueda 

Fotografía: Javier Fernández; Jesús Calleja