La madreña, mucho más que un calzado 'de pueblo'

La madreña, mucho más que un calzado 'de pueblo'.

En su máximo apogeo, las utilizaban niños y adultos, hombres y mujeres, y vestían los pies tanto del mendigo como del sacerdote, sin distinción de clase social.

Muchos niños no tendrán ya el recuerdo de sus abuelos en madreñas por el pueblo, sorteando piedras, barro, hielo y nieve con ese andar que suena. Cada vez es más difícil encontrarlas, pero en la Montaña Leonesa aún perviven, porque la madreña es mucho más que un calzado 'de pueblo'.

Durante siglos se erigió como el calzado predilecto en las zonas rurales de León, Asturias, Cantabria, Galicia, y País Vasco, ya que son confortables, baratas y aíslan bien los pies del frío, de la lluvia o de la nieve. Además, permitían andar sin ensuciarse los pies cuando los caminos no eran más que eso, caminos. 

Se utilizaban para trabajar el campo y la huerta, también como calzado protector de la humedad en fábricas de conserveras, explotaciones y escombreras mineras. Pero su uso se extendió y las madreñas terminaron desarrollando una misión democratizante, las utilizaban indiscriminadamente niños y adultos, hombres y mujeres, y vestían los pies tanto del mendigo como del sacerdote, sin distinción de clase social.

"Se usaba como calzado laboral y de uso común, por eso tenían unas toscas de Tarna para ir a las cuadras o al prao a por las vacas, y para ir misa o al bar tenían unas limpias con unos acabados más elaborados", explica Abelino Fernández, de la histórica tienda leonesa Casa Labradores. 

En León y Asturias se utiliza la galocha o madreña con tres tarugos, dos delanteros y uno trasero. Tradicionalmente, además, llevaban clavos, aunque ahora se elaboran sin ellos porque pueden producir resbalones en los nuevos terrenos: hormigón y baldosas.

La forma de calzarlas ha sido otro de los aspectos en los que se ha visto una evolución. Quienes hayan llevado madreñas sabrán que lo habitual hoy en día es hacerlo con zapatillas, pero antaño se utilizaban escarpines, pantuflas hechas de sayal abatanado. 

El oficio de madreñero 

El oficio de madreñero se heredaba de padres a hijos y comenzó a desempeñarse en localidades como Somiedo y Tarna, zonas de alta montaña en Asturias, como método para cumplimentar la economía familiar. "Durante el invierno, como nevaba muchísimo, su actividad laboral se paraba, con el ganado no podían salir y en el campo no se podía hacer nada, entonces aprovechaban su tiempo para obtener un medio de ganar dinero", detalla Fernández. 

Algunos, cuando tenían un buen montón de madreñas, se movían de pueblo en pueblo para venderlas, otros las hacían por encargo o bien las trocaban en el comercio local. "En Casa Labradores no las comprábamos directamente al madreñero, no tenían interés en vendértelas, las llevaban a los ultramarinos y las cambiaban por enseres como vino o sacos de fideos", recuerda Abelino Fernández.

Así, a través del trueque, fue quizás como empezaron a llegar a León, dado que en Asturias escaseaba el grano que en las tierras leonesas abundaba, y este se comenzó a intercambiar por madreñas.

Pero la labor realizada por el madreñero durante el siglo XX daba lugar a una madreña muy tosca, y todavía tenía que pasar por manos de artesanos en talleres o tiendas como Casa Labradores, "no las barnizaban y no las dibujaban, tampoco las abrían mucho por dentro. Nosotros dentro de la propia tienda en León teníamos un taller donde se les hacía el acabado".

Ese acabado con distintos barnices y decoraciones destaca en el Norte de España por su riqueza y variedad, incomparablemente superior a la de las otras zonas europeas, y permite saber, incluso, los artesanos que las han elaborado porque suelen tener diseños con identidad propia.

"Teníamos nuestro propio dibujo personal, luego había un dibujo más especial que era representativo y se hacía con gubia, y otro todavía más peculiar que se hacía rebajando el casco de la madreña y el dibujo a cuchillo, quedaban más vistosas y estaban mejor valoradas", cuenta Abelino Fernández.

La elaboración de la madreña

Las madreñas se elaboran a partir de una sola pieza de madera, y su fabricación sigue siendo hoy en día bastante artesanal. Se emplea aliso, haya, o nogal, y en las piezas de adorno principalmente abedul. La madera no puede tener nudos y ha de estar cortada en cuarto menguante.

El banco de trabajo tradicional solía ser un simple tronco con cuatro patas y con un hueco para encajar el zapato. Y entre las herramientas destaca el hacha y la zuela para desbastarlas, y el barreno y la legra para vaciarlas.

Después, para prolongar la vida de la madreña se aplican barnices o pinturas, pero hace aún cincuenta años era habitual un tratamiento de ahumado, que ejercía una excelente protección contra la humedad y los insectos xilófagos, facilitando también la decoración.

En la actualidad existen unas máquinas todavía muy rudimentarias, las copiadoras, con las que se consigue una pieza muy tosca. Según afirma Abelino Fernández, todavía hay que llevar a cabo "un pulido a mano bastante importante, lijados, y legrados interiores. Se perfecciona también un poco la presentación del producto, y luego el dibujo y los barnices van un poco por cuenta del acabado artesanal. Pero la electricidad no es necesaria más que para la iluminación".

Por ello, tal vez, la fabricación industrial de botas y playeros, con el famoso el gore-tex, ha ido desplazando a la madreña hasta el punto de que son pocos ya los madreñeros en el oficio. Aunque en la Montaña Leonesa, sigue siendo el mejor calzado para para soslayar el duro invierno.

Fuente: Diario de Valderrueda

Fotografía: Casa Labradores